jueves, 19 de abril de 2012

Viaje a ninguna parte

Tomo café a diario con él. Avisa  de su llegada con seis timbrazos al son de una melodía que dice que es una canción de su época. "Niño de la posguerra" le decimos cada vez que bromeamos con su ánimo sexual a los casi ochenta años que no aparenta.

Su hija mayor fue bellísima. Me lo ha confirmado alguno que la conoció en su juventud. Yo no porque casi soy un recién llegado a la ciudad. Luego la droga la consumió a lo largo de treinta años y alguna disputa por mercancía quebró sus huesos hasta encorvarla al límite de lo irreconocible. Fue ya así como la conocí. Murió hace unos pocos años tras haber sobrevivido lo impensable a juicio de los médicos que atendieron sus múltiples ingresos hospitalarios tras el contagio del S.I.D.A. Al parecer tenía una resistencia digna de revista médica. La singular naturaleza de la familia acabó prolongando la agonía, volviéndose una maldición. 

Su muerte fue un terrible alivio pero su vida fue un incomprensible proceso de destrucción con el telón de fondo de lo más sórdido que uno pueda imaginar. Aunque sí, con algo de esfuerzo es fácil imaginarlo. Su padre, nuestro niño de la posguerra, luchó por su cuenta, participó activamente en asociaciones, tuvo que recogerla en varios rincones del país y todo fue inútil y doloroso. Por razones que se me escapan la sociedad ha dado estúpidamente la espalda a la drogadicción, una desesperada dependencia que se condena a la marginalidad más delirante como un simple paisaje inevitable.

Leo que algunos empiezan a cambiar la hoja de ruta. Nunca es demasiado tarde aunque lo parezca.

  

martes, 10 de abril de 2012

No sé nada

Extraña sensación.
Oigo voces. 
Sea al leer la prensa, al oír y ver las noticias, o al cruzarme con cualquiera en la calle. 
Oigo a Ana Viera y a Daniel Melingo, con cualquier rostro, diciendo una y otra vez lo que saben.
Bajo el efecto de la música de Rodrigo Leão.
Diciendo lo que todos saben.

 

 Nada.