domingo, 10 de julio de 2011

Afinidades

Cada vez me rindo más a las inclinaciones. Las mías o las de cualquiera. Son las que rigen nuestras vidas de un modo que casi me molesta por lo que tiene de incorregible.

Son nuestras poderosas inclinaciones las que determinan a quién prestamos atención, a quién perdonamos sus errores, en quién confiamos y a quién nada de nada de todo lo anterior, seguro que injustamente. Podemos intentar razonarlo y casi podremos hacerlo, pero finalmente será una cuestión de afinidad, un vínculo psicológico intuitivo e inevitable que guiará nuestra actitud frente a los otros en cualquier ámbito de nuestras vidas.

Reconozco que esgrimir el instinto puede ser solo pereza, un modo de eludir tener que razonar lo que me resulta demasiado complejo para dejar de ser misterioso, y tal vez sea así, pero es lo que mejor explica, entre otras muchas cosas, por qué unos personajes de cualquier historia me gustan y otros no, y por qué suelen ser siempre los mismos. Viendo “Game of Thrones” he vuelto a comprobar que no me agradan especialmente los héroes ni los villanos, que reservo mi afinidad y simpatía para los simples supervivientes que no se toman demasiado en serio a sí mismos ni a su papel en el mundo, salvo cuando las circunstancias lo requieren verdaderamente.

De todas las casas y cortes



me quedaría con Tyrion, hijo de Tywin



y con su impagable acompañante que ni siquiera aparece en el cuadro de honor: Bronn, hijo de..., como él dice, uno a quien seguro que no conoceríamos.



Visto el trágico curso de la trama, diría que son ellos los únicos que sabrían disfrutar apropiadamente de un día soleado.

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