sábado, 28 de mayo de 2011

El padre de la niña. (A la fuga).

Huyo del lugar como alma que lleva el diablo. Me he encargado del traslado a la iglesia, de posar y no gemir. Reclamo por ello mi derecho a huir. Puede parecer lo contrario pero me convenzo de que mi papel no ha sido solo digno, sino estelar. O puede que no. Las malditas dudas. Yo diría que he sido estoico, casi heroico. O patético.





No, no pienso asistir a ninguna primera comunión. Como cualquier tradición religiosa, no es más que una -otra más- forma deshonesta de afrontar nuestro minúsculo papel en el mundo. Mi gesto es otra expresión de mi profundo puritanismo para según qué cosas. Soy divertido, tirando a chusco, cuando me pongo dramático.

No puedo seguir. Debo reunirme con la familia. Dentro de poco saldrán y no quiero perderme el gesto de la pequeña ni -ay, que Satán perdone mi cursi debilidad- su radiante disfraz de princesa.

lunes, 23 de mayo de 2011

Post-electum

Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero.
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
o bueno, sin ir más lejos,
un suponer,
como un socialdemócrata

o algo así,
pero sin candidato.



Así estoy yo, así estoy yo,
bueno, va, bien, sin exagerar,
sin ti.

jueves, 19 de mayo de 2011

Optimismo

Supongamos que las cosas son como parecen y no como desearía que pudieran ser desmentidas. Supongamos que la denuncia es cierta y que el Director Gerente del F.M.I. agredió sexualmente a una mujer en un hotel de Nueva York.

Supongamos. Supongamos a lo chino.



En tal caso, aunque el terrible suceso no lo sería, sin embargo su descubrimiento sí habría sido una buena noticia. Un loco furioso no puede estar al frente de ninguna responsabilidad pública de la entidad que ostentaba Dominique Straus-Khan ni de la que pretendía alcanzar.



No deja de ser un alivio que hayamos podido saberlo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

The game



A. inventó el juego y tenía derecho a bautizarlo. "Comandos" lo llamó y desde luego no recuerdo las reglas, aunque estoy seguro de que él sí. Podría preguntárselo y no solo me lo confirmaría, sino que enumeraría las normas y me contaría con todo detalle alguna de las batallitas que debieron de suceder si él lo dice, como aquella vez en que volví a perder la posición, la vida o la compostura, que es seguro si él lo recuerda. Unos protegían algo y otros tenían que asaltarlo, y dedicamos muchas tardes a la tarea de dispararnos en aquella plazuela junto al colegio, la misma que durante muchos años no supe si era prazuela. Seguramente estaba convencido de que ése era su nombre porque han sido muchas las cosas que solo supe después de demasiado tiempo.

Me siguen gustando los juegos de guerra y todavía apunto de pena. Sorprendo por ello a los que conocen mi aversión a la violencia y solo puedo poner cara de niño cogido en falta, incapaz de explicarme, suplicando conmiseración. Los motivos para avergonzarme son tantos que empiezo a llevarlos con cierta dignidad. Ése también.

La operación militar que ha acabado con la vida de Bin Laden y las reacciones que ha provocado revelan que son mayoría, o eso me parece, los que gustan de jugar a los soldaditos no importa qué edad tengan o a qué se dediquen. Difícilmente puedo reprocharles nada. Son como yo, aunque parece que es la vergüenza lo que nos diferencia.

Está bien: juguemos como niños pero solo si no es más que un juego.



Porque si es algo más opino que deberemos ser adultos. Yo al menos.