miércoles, 4 de mayo de 2011

The game



A. inventó el juego y tenía derecho a bautizarlo. "Comandos" lo llamó y desde luego no recuerdo las reglas, aunque estoy seguro de que él sí. Podría preguntárselo y no solo me lo confirmaría, sino que enumeraría las normas y me contaría con todo detalle alguna de las batallitas que debieron de suceder si él lo dice, como aquella vez en que volví a perder la posición, la vida o la compostura, que es seguro si él lo recuerda. Unos protegían algo y otros tenían que asaltarlo, y dedicamos muchas tardes a la tarea de dispararnos en aquella plazuela junto al colegio, la misma que durante muchos años no supe si era prazuela. Seguramente estaba convencido de que ése era su nombre porque han sido muchas las cosas que solo supe después de demasiado tiempo.

Me siguen gustando los juegos de guerra y todavía apunto de pena. Sorprendo por ello a los que conocen mi aversión a la violencia y solo puedo poner cara de niño cogido en falta, incapaz de explicarme, suplicando conmiseración. Los motivos para avergonzarme son tantos que empiezo a llevarlos con cierta dignidad. Ése también.

La operación militar que ha acabado con la vida de Bin Laden y las reacciones que ha provocado revelan que son mayoría, o eso me parece, los que gustan de jugar a los soldaditos no importa qué edad tengan o a qué se dediquen. Difícilmente puedo reprocharles nada. Son como yo, aunque parece que es la vergüenza lo que nos diferencia.

Está bien: juguemos como niños pero solo si no es más que un juego.



Porque si es algo más opino que deberemos ser adultos. Yo al menos.

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