sábado, 3 de diciembre de 2011

Habemus Ducem

La responsabilidad abruma. Son más los listos y/o cobardes que la rehuyen que los ambiciosos y/o valientes que la buscan. Y hay momentos en que la responsabilidad que aguarda es tal que se precisa ciego entusiasmo, casi delirio, para afrontarla.

Durante la campaña electoral me compadecía de los dos únicos candidatos con opciones de presidir el Gobierno, por muy desiguales que fueran sus probabilidades. Me admiraba ver a aquellos dos alegres voluntarios camino de las entrañas de Fukushima. Me asombraba aún más la determinación del que se sabía ganador, su decidido paso al núcleo del incendio a pesar de ir solo equipado con incertidumbres. Desde las elecciones apenas habla y me hago cargo.

En la última película de Nanni Moretti, la irregular “Habemus Papam”, el cardenal elegido en el cónclave no puede aceptar la pesada carga de su inesperada designación y le sobreviene un ataque de pánico. Me gustaría poder creer que a Mariano Rajoy le pasa algo parecido y que las imágenes en las que aparece preparando su inminente toma de posesión son solo un intento de ocultar su miedo paralizante y su renuncia, un artificio como el de la estancia de un guardia suizo en los aposentos del Papa ausente para fingir su presencia y mantener el ánimo y la esperanza de los cardenales, sus electores.



La realidad, sin embargo, es que Rajoy tomará posesión de su cargo el 21 de diciembre mientras varios socialistas sopesarán su propia candidatura a la secretaría general de un partido que requiere una reconstrucción. La realidad es que en este tipo de retos políticos casi nada cambia y no habrá sorpresas ni ataques de pánico. Pero nadie sensato querría estar en su pellejo: ni en el de uno ni en el de los otros.

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