domingo, 28 de noviembre de 2010

El pollo que vivió peligrosamente

Miedito. Es lo que se masca en tiempos de incertidumbre social. La máquinaria económica ha gripado y ha lanzado al espacio toneladas de tuercas veloces que a cualquiera le pueden romper la crisma. De algún modo todos nos hemos puesto a correr con el estilo y la estampa de mi tocayo Mike, el legendario pollo sin cabeza que, ahora que caigo, habría sido mi perfil más honesto en la red.

Llevo algún tiempo pensando en qué es exigible a los inútiles que no sabemos lo necesario para comprender adecuadamente la crisis económica actual ni para descubrir soluciones razonables, ni para valorar fundadamente las que otros proponen. En contra de la opinión general, creo hay mucho que exigirnos y que, inmediata y fatalmente, reprocharnos. Nuestra primera responsabilidad es no engañarnos a nosotros mismos. Es imperdonable olvidar que las fuerzas que impulsan la maquinaria, la alimentan o la sobrecargan, no son otras que nuestras propias fuerzas. Es imperdonable que no veamos en los misterios del mercado un fidelísimo reflejo de nuestra naturaleza: desde codicia al simple afán individual de supervivencia, desde el temor a la pérdida de lo obtenido al pánico contagioso. El resultado puede parecernos finalmente monstruoso pero lo hemos construido, y seguimos haciéndolo, con nuestras propias manos, hábiles y torpes a un mismo y desconcertante tiempo.

Ahora que pasan cosas en Irlanda voy a tomarme una pinta en Dick Mac's. Un acogedor lugar desde el que observar los acontecimientos sin saber bien por qué suceden.





Tomaré otra pinta aprovechando que lo (único) bueno de no tener cabeza es que no te duele.

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