miércoles, 2 de febrero de 2011

Money, money



Me convenzo de que se trata de una buena y justa causa, y seguramente lo es, pero no logro evitar la incomodidad que me causan los procesos penales. El largo viaje a Madrid concede al cliente el tiempo necesario para revelarme más detalles del acusado, ese hijo de puta cuya amistad añora por momentos. El continuo relato, sin pausas, de sucesivas anécdotas repletas de ambición, dinero, codicia, dinero, engaño, dinero, corrupción y parrandas retrata unos años que veo claro que fueron para él los mejores, aunque no se atreva a reconocerlo, no después de cómo le defraudó aquel cabrón que había llegado a llorar en su hombro.

Al tiempo que descubro la antes desconocida personalidad del cliente, voy recreando una imagen del acusado, al que nunca he visto. Cuando coincidimos con él en el bullicio congregado junto a las salas de vistas, mi cliente no lo reconoce en un primer momento. Luego me dice que lo ha encontrado muy envejecido. Yo lo encuentro muy pequeño y en nada parecido al que había imaginado, aunque creo que empiezo a conocerlo.

El juicio se suspende finalmente y el regreso ofrece al cliente la ocasión de continuar el anecdotario repleto de villanos en ese escenario de negocios y promociones inmobiliarias que tan bien conoce.

El largo, cansado y tedioso día ha confirmado nuevamente que la riqueza nos deforma y corroe tal como lo haría un anillo maldito que nos atrajera irremediablemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario