miércoles, 26 de enero de 2011

Sénat

Un cruce en mitad de la curva partió la vida de Jesús en dos, las mismas partes en que casi quedó dividida su médula por el impacto. Tenía cuarenta y un años cuando el accidente, hace ya más de cinco. Puede caminar torpemente. La movilidad de los brazos y manos también es reducida. Me reconoce que el agarrotamiento será progresivo a pesar de los ejercicios. Habla bajo, supongo que por la insuficiencia pulmonar. Su madre siempre le acompaña. La necesita para todo. Es pequeña pero de aspecto fuerte. Ahora que su marido está también impedido por un tiempo a consecuencia de un accidente laboral se ve desesperada. No puede mover a Jesús y le preocupa que llegue el momento en que ya no esté o no pueda.

Jesús está inquieto por el resultado del proceso ahora que se acerca el final, pero muestra una entereza vital que a mí me falta. Quiere vivir aunque comprendo, no obstante, que alguien en su misma situación no quisiera hacerlo. Por eso mismo tomo como una derrota propia la noticia de hoy.

El artículo L1110-9 de la vigente Ley francesa de Salud Pública afirma que "toute personne malade dont l'état le requiert a le droit d'accéder à des soins palliatifs et à un accompagnement". La proposición de Ley relativa a la ayuda activa a morir defendida por el socialista Jean-Pierre Godefroy y otros senadores pretendía una reforma a fondo de la norma que incluía, por ejemplo, la siguiente redacción para el mismo artículo:

«Toute personne majeure, en phase avancée ou terminale d'une affection accidentelle ou pathologique grave et incurable, infligeant une souffrance physique ou psychique qui ne peut être apaisée et qu'elle juge insupportable, peut demander à bénéficier, dans les conditions strictes prévues au présent titre, d'une assistance médicalisée pour mourir.»

¿Hay verdaderamente algo más humano?¿Tiene sentido el miedo cerval que revelan las paralizantes reticencias?

Aprecio la caridad, senadores, pero prefiero la libertad.

viernes, 14 de enero de 2011

La Espasa

Me gusta pensar en los viejos tiempos para saber apreciar los nuevos. Y hay una parte de los viejos tiempos encerrada en la Delegación de Hacienda donde trabajaba mi padre.
En los viejos tiempos actualizar la legislación del temario de las oposiciones pasaba por revisar, una vez al mes, los ejemplares del B.O.E. tirados en un rincón de la Intervención.
En los viejos tiempos contemplar el compendio del saber, o algo que podría parecérsele, pasaba por admirar la gruesa y oscura tapa de los tomos de la Espasa, y ojear algunos en el despacho del Abogado del Estado cuando no estaba.



En casa, sin embargo, en los viejos tiempos el compendio del saber era la Durvan, y recuerdo especialmente cuando mi padre se negó a comprar más apéndices al comprobar que cada vez eran más caros y tenían menos páginas. Un abuso comercial, sin duda.



En los nuevos tiempos la Wikipedia anda celebrando su décimo aniversario. Sin discusión, la mejor referencia básica (y no tan básica) del conocimiento universal, construida, aumentada y corregida mediante un continuo esfuerzo colectivo y desinteresado que refleja algo de lo mejor de los nuevos tiempos. Absolutamente indispensable, muy especialmente para los que simulan mirarla por encima del hombro.



Observo complacido que últimamente la Espasa va saliendo del despacho donde nadie la consultaba.


domingo, 9 de enero de 2011

Upstairs and Downton

Los excesos son un clásico navideño. Un mal regalo en forma de kilos de más, envuelto en el penoso propósito de perderlos. Estaba dispuesto a practicar la gimnsasia doméstica o de interior (arriba-abajo, arriba-abajo, arriba-abajo), en el primer rincón de casa que quedara libre, a condición de encontrar algo que me entretuviera durante la fatiga. Y sí, ya lo creo que lo he encontrado. Ya no hay excusas.


"Downton Abbey", 2010.

Un delicioso reencuentro con "Arriba y Abajo", esta vez en el campo.

sábado, 8 de enero de 2011

jueves, 6 de enero de 2011

Por no molestar

Más que una virtud me parece la consecuencia de algunos defectos. Más que por educación o consideración, me parece que es por timidez o vergüenza desmesurada. Sea por lo que sea, cada vez procuro hacer menos ruido mientras lucho por que no se convierta en una irritante manía.

Compruebo, por ejemplo, que soy el único que sujeta las ligeras puertas de las escaleras del aparcamiento público para evitar el inevitable estrépito con el que vuelven a cerrarse si no se las contiene. Es por no molestar, ni a mí ni a los demás, o por cuidar las cosas que me sirven aunque no sean mías. Echo de menos un cartelito. "SE RUEGA EVITEN LOS PORTAZOS (UN POCO DE POR FAVOR)".


Los carteles pueden ser de una obviedad casi insultante, pero demuestran que necesitamos instrucciones por escrito o parece que no hay modo de recordarlas.

Esto viene (realmente no mucho) a cuento de cómo pude comprobar en la noche de reyes los efectos de la reciente reforma legal en materia de consumo de tabaco. El primer año en el que podíamos prescindir de la cabalgata bien se merecía unas cañas con tostas y en el pequeño grupo había un poco de todo: una fumadora, un ex-fumador, una fumadora ocasional y uno que no lo ha probado. Todos coincidimos en que en aquella apartada barra (la luz brillaba y) se respiraba mejor. Librarse (y especialmente, librar a los pequeños) del cargado ambiente habitual que cala pulmones y ropas, incluso aunque no nos disgute, es indudablemente beneficioso. De modo que no considero que la decisión legal sea una intolerable injerencia en la libertad (de fumar), libertad que no discuto, sino la exigencia de que sea ejercida con responsabilidad, es decir, con la debida consideración al que tiene el derecho a no fumar, ni siquiera por persona interpuesta. Por no molestar.

Los aspavientos que observo en las primeras horas de vigencia de la norma son espasmos condenados a diluirse. La civilización es un compendio de límites que favorecen el bienestar y la libertad, aunque algunos tengan dificultades para entenderlo. Pero es solo cuestión de tiempo y de poco: la civilización, que se expresa en carteles obvios en las sociedades más atrasadas y que es frágil como casi todo lo bueno, nos seduce rápidamente a poco que nos detengamos a valorarla, si es que lo hacemos con la cabeza, y empecemos a disfrutar sus efectos.

domingo, 2 de enero de 2011

Eppur si muove

Nací en Oviedo. Quizá eso me convierta en asturiano o quizá no sea suficiente, en cuyo caso no lo he sido nunca y entonces a saber qué soy, si es que acaso soy algo. Es el ser o no ser, un no vivir.

Me acordé de lo que tal vez soy, o probablemente nunca fui, mientras escuchaba la radio en el coche, de vuelta a casa una vez terminados los encuentros familiares de la temporada navideña. Oí claramente a Francisco Álvarez Cascos ofrecerse al personal para recuperar el orgullo de ser asturiano. Por un brevísimo instante me sentí aludido.

Al poco rato pude escuchar a Jaime Mayor Oreja lamentándose de que las familias españolas tienen que padecer el laicismo radical del gobierno. Algunos detalles del lamento se encontraban en la homilía del cardenal Rouco Varela en la fiesta de la familia cristiana celebrada hoy en Madrid.

"Se ciegan las fuentes de la vida con la práctica permisiva del aborto. Se banaliza con la eutanasia hasta extremos −hasta hace poco tiempo impensables−, la responsabilidad de vivir y de respetar la vida del prójimo. ¡El derecho irrevocable a la vida queda profundamente herido!", proclama Rouco. No concibo de qué modo podría estar más en desacuerdo con el cardenal. Sostengo que la nueva regulación legal del aborto era absolutamente indispensable para seguir corrigiendo la infame hipocresía social en este asunto y la clara insuficiencia de la lejana y modesta reforma de 1985, que convertía la legislación penal sobre el aborto en algo fantasmagórico: irreal e inaplicada por pura lógica social, pero amenazante y esporádica y aleatoriamente activada. Y creo que se hace imprescindible banalizar la muerte como verdaderamente se merece y regular generosamente la libertad de poner fin a nuestra existencia cuando somos sobradamente conscientes de que ya no tiene ningún valor apreciable.

Pensaba que la derecha estaba quieta esperando celebrar ese festín electoral que habrá de llegar como fruta madura. Sin embargo observo que se mueve: hacia el orgulloso regionalismo o, aún peor, por la senda del tenebroso integrismo, ése que no hace más que sacralizar cosas (la vida, el sexo, la familia o lo que se le ponga por delante) para terminar satanizando la mismísima naturaleza.

Tamos de coyones.