domingo, 2 de enero de 2011

Eppur si muove

Nací en Oviedo. Quizá eso me convierta en asturiano o quizá no sea suficiente, en cuyo caso no lo he sido nunca y entonces a saber qué soy, si es que acaso soy algo. Es el ser o no ser, un no vivir.

Me acordé de lo que tal vez soy, o probablemente nunca fui, mientras escuchaba la radio en el coche, de vuelta a casa una vez terminados los encuentros familiares de la temporada navideña. Oí claramente a Francisco Álvarez Cascos ofrecerse al personal para recuperar el orgullo de ser asturiano. Por un brevísimo instante me sentí aludido.

Al poco rato pude escuchar a Jaime Mayor Oreja lamentándose de que las familias españolas tienen que padecer el laicismo radical del gobierno. Algunos detalles del lamento se encontraban en la homilía del cardenal Rouco Varela en la fiesta de la familia cristiana celebrada hoy en Madrid.

"Se ciegan las fuentes de la vida con la práctica permisiva del aborto. Se banaliza con la eutanasia hasta extremos −hasta hace poco tiempo impensables−, la responsabilidad de vivir y de respetar la vida del prójimo. ¡El derecho irrevocable a la vida queda profundamente herido!", proclama Rouco. No concibo de qué modo podría estar más en desacuerdo con el cardenal. Sostengo que la nueva regulación legal del aborto era absolutamente indispensable para seguir corrigiendo la infame hipocresía social en este asunto y la clara insuficiencia de la lejana y modesta reforma de 1985, que convertía la legislación penal sobre el aborto en algo fantasmagórico: irreal e inaplicada por pura lógica social, pero amenazante y esporádica y aleatoriamente activada. Y creo que se hace imprescindible banalizar la muerte como verdaderamente se merece y regular generosamente la libertad de poner fin a nuestra existencia cuando somos sobradamente conscientes de que ya no tiene ningún valor apreciable.

Pensaba que la derecha estaba quieta esperando celebrar ese festín electoral que habrá de llegar como fruta madura. Sin embargo observo que se mueve: hacia el orgulloso regionalismo o, aún peor, por la senda del tenebroso integrismo, ése que no hace más que sacralizar cosas (la vida, el sexo, la familia o lo que se le ponga por delante) para terminar satanizando la mismísima naturaleza.

Tamos de coyones.

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