jueves, 6 de enero de 2011

Por no molestar

Más que una virtud me parece la consecuencia de algunos defectos. Más que por educación o consideración, me parece que es por timidez o vergüenza desmesurada. Sea por lo que sea, cada vez procuro hacer menos ruido mientras lucho por que no se convierta en una irritante manía.

Compruebo, por ejemplo, que soy el único que sujeta las ligeras puertas de las escaleras del aparcamiento público para evitar el inevitable estrépito con el que vuelven a cerrarse si no se las contiene. Es por no molestar, ni a mí ni a los demás, o por cuidar las cosas que me sirven aunque no sean mías. Echo de menos un cartelito. "SE RUEGA EVITEN LOS PORTAZOS (UN POCO DE POR FAVOR)".


Los carteles pueden ser de una obviedad casi insultante, pero demuestran que necesitamos instrucciones por escrito o parece que no hay modo de recordarlas.

Esto viene (realmente no mucho) a cuento de cómo pude comprobar en la noche de reyes los efectos de la reciente reforma legal en materia de consumo de tabaco. El primer año en el que podíamos prescindir de la cabalgata bien se merecía unas cañas con tostas y en el pequeño grupo había un poco de todo: una fumadora, un ex-fumador, una fumadora ocasional y uno que no lo ha probado. Todos coincidimos en que en aquella apartada barra (la luz brillaba y) se respiraba mejor. Librarse (y especialmente, librar a los pequeños) del cargado ambiente habitual que cala pulmones y ropas, incluso aunque no nos disgute, es indudablemente beneficioso. De modo que no considero que la decisión legal sea una intolerable injerencia en la libertad (de fumar), libertad que no discuto, sino la exigencia de que sea ejercida con responsabilidad, es decir, con la debida consideración al que tiene el derecho a no fumar, ni siquiera por persona interpuesta. Por no molestar.

Los aspavientos que observo en las primeras horas de vigencia de la norma son espasmos condenados a diluirse. La civilización es un compendio de límites que favorecen el bienestar y la libertad, aunque algunos tengan dificultades para entenderlo. Pero es solo cuestión de tiempo y de poco: la civilización, que se expresa en carteles obvios en las sociedades más atrasadas y que es frágil como casi todo lo bueno, nos seduce rápidamente a poco que nos detengamos a valorarla, si es que lo hacemos con la cabeza, y empecemos a disfrutar sus efectos.

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