viernes, 30 de marzo de 2012

Business & Law

Me insatisface tanto mi profesión que la denigro siempre que tengo ocasión. Pero debo reconocer que la retorcida mirada que los abogados acabamos adquiriendo a fuerza de práctica puede ser ocasionalmente útil. 

Como nos alimentamos de disputas y conflictos desarrollamos de modo natural buen olfato para seguir el rastro de problemas y anticiparlos o, lo que es casi lo mismo, para olisquear oportunidades de negocio. Al igual que los depredadores perciben los síntomas de debilidad de la presa más indefensa, los abogados solemos percatarnos antes que nadie de los errores del legislador bienintencionado, descubriendo la forma de eludir la norma -lo que concede valor a nuestro asesoramiento- o advirtiendo la fuente de conflictos -y de pleitos, ¡de negocio!- que se esconde detrás de cualquier disposición elaborada sin suficiente cuidado.

El Parlamento está lleno de abogados pero en el lugar equivocado. Si fuera un déspota los sacaría de los escaños -sobran soflamas de picapleitos-, pero contrataría a un selecto puñado de colmillo retorcido para que, con carácter preceptivo y previo a la aprobación de las leyes, informara sobre las oportunidades de negocio que lamentablemente éstas pudieran ofrecer, ya fuera en forma de lagunas que aprovechar o de litigios que promover por dudas interpretativas. Si además de déspota fuera inteligente, prestaría mucha atención a las observaciones de los mejores colegas para corregir la bendita norma antes de promulgarla.

Urge el control de calidad de las normas. Por el bien de todos, fundamentalmente, y el mal de unos pocos, de paso.

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