Cada profesión tendrá las suyas.
Y hay una pesadilla, o varias, para cada momento de la vida. En mi
juventud la pesadilla más recurrente tenía que ver con exámenes que
había olvidado. La pesadilla de los abogados tiene que ver con juicios a
los que por error no asistimos o plazos que dejamos pasar sin contestar
o recurrir.
El otro día no tuve una pesadilla, la viví
despierto. El cliente nos comunicó que el juicio se había celebrado sin
nuestra asistencia. Sudor frío. Nada de agitación, sino momentánea
parálisis y una palidez que podía percibir sin verla. La pesadilla duró lo
que tardé en averiguar lo sucedido y en confirmar que el error no fue
mío. Unas horas.
Maldito estrés.
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