domingo, 23 de octubre de 2011

Cuaderno de campaña III

El terror vasco declina. Su infierno.



Son varias las claves y sucesos históricos que explican el comunicado de ETA del pasado 20 de octubre. El momento en que lo mejor y más valiente de la sociedad levantó la voz y llamó al terror por su nombre, públicamente y en los propios lugares que habita. El momento en que las autoridades francesas emprendieron la persecución al otro lado del frontera. El momento en que empezó a perseguirse penalmente, más allá de los comandos, la compleja estructura económica y societaria de quienes apoyaban la violencia. El momento en que el brazo político de la organización fue formalmente deslegitimado y expulsado del juego institucional, haciéndole ver que solo el firme rechazo de la violencia podría permitirle el retorno. El enjuiciamiento de los portavoces políticos y, en suma, el conflicto de intereses entre éstos y los pistoleros. Las detenciones de los miembros activos de la banda y el sucesivo descabezamiento de la organización, realizado cada vez más rápidamente. El sentimiento de derrota e inutilidad gestado en las prisiones.

La prudencia nos recuerda que la palabra del fanático no merece confianza, pero dado el contexto es improbable una vuelta atrás. Y aunque no puede desaparecer la responsabilidad por el terrible dolor injustamente infligido ni cabe esperar sin más el fin de la sinrazón que sigue dominando a los que hasta hace poco respaldaron el terror, no es sensato despreciar la importancia histórica de la última escena. El fanático no cambia de un día para otro, puede que incluso nunca, pero en cualquier momento puede poner punto y final a su estrategia violenta. 

Quedan retos difíciles, como los que siempre existen después de una sufrida victoria. El nacionalismo, origen y alimento del terror, sigue intacto, lo sé, pero no puedo evitar alegrarme, aunque sea amargamente, mientras brindo comedidamente por el adiós a los mafiosos en la imaginaria compañía de quienes no pueden ya hacerlo.

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