sábado, 29 de octubre de 2011

Duelo

Han pasado casi tres años desde que él murió. Me doy cuenta algo tarde de que no son muchos. He reunido a la viuda y a sus hijos en el despacho para comentarles la estrategia del juicio y preparar su interrogatorio. Enfrascado en los detalles jurídicos he olvidado que tendré que referirme constantemente al fallecido, a lo que hizo o contó en sus dos últimos años de vida. Descubro de pronto que me resulta difícil encontrar el modo de referirme a él, cómo llamarle. Tenía que haberlo pensado antes. Casi desde el principio de la reunión observo la emoción del hijo más pequeño y el paulatino desmoronamiento de la viuda. Comprendo que debo dirigirme al más duro: el hijo mayor, el que vivía y trabajaba con el padre. Presumo que es el que más se parece al difunto y noto su velada irritación por la debilidad de los otros.

Termina la reunión y nos despedimos afectuosamente. Mientras recojo el expediente y salgo de la sala donde hemos estado no puedo evitar la pesada sensación de abandonar un inesperado velatorio.

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