miércoles, 5 de diciembre de 2012

Historias

Nuestra conciencia nos impone (o eso creo) la responsabilidad de superar esa parte de la naturaleza humana que nos lleva por el camino equivocado, como la que contiene sesgos que nos confunden o la que nos apresura a alcanzar conclusiones, respuestas y explicaciones tan simples como equivocadas.

El mundo no tiene propiamente sentido y nuestra naturaleza nos ayuda a sobrellevarlo a través del gusto por las buenas historias: tramas con sentido y final esperanzador o al menos consecuente. Nuestra naturaleza nos engaña hábilmente y en ese engaño radica el éxito de fenómenos culturales capaces de elaborar buenas historias por muy falsas que sean, como es el caso de la religión o el nacionalismo.

Life of Pi es una historia sobre la necesidad humana de historias. Fantástica, en todos los sentidos.


martes, 2 de octubre de 2012

Four Lions

La cuestión no es tanto aprender a reírse de Mahoma, que también, sino de uno mismo, sea uno quien sea.

Hasta que los infelices fanáticos no lo comprendan, no habrá remedio.




Four Lions (2010), de Christopher Morris.

jueves, 19 de abril de 2012

Viaje a ninguna parte

Tomo café a diario con él. Avisa  de su llegada con seis timbrazos al son de una melodía que dice que es una canción de su época. "Niño de la posguerra" le decimos cada vez que bromeamos con su ánimo sexual a los casi ochenta años que no aparenta.

Su hija mayor fue bellísima. Me lo ha confirmado alguno que la conoció en su juventud. Yo no porque casi soy un recién llegado a la ciudad. Luego la droga la consumió a lo largo de treinta años y alguna disputa por mercancía quebró sus huesos hasta encorvarla al límite de lo irreconocible. Fue ya así como la conocí. Murió hace unos pocos años tras haber sobrevivido lo impensable a juicio de los médicos que atendieron sus múltiples ingresos hospitalarios tras el contagio del S.I.D.A. Al parecer tenía una resistencia digna de revista médica. La singular naturaleza de la familia acabó prolongando la agonía, volviéndose una maldición. 

Su muerte fue un terrible alivio pero su vida fue un incomprensible proceso de destrucción con el telón de fondo de lo más sórdido que uno pueda imaginar. Aunque sí, con algo de esfuerzo es fácil imaginarlo. Su padre, nuestro niño de la posguerra, luchó por su cuenta, participó activamente en asociaciones, tuvo que recogerla en varios rincones del país y todo fue inútil y doloroso. Por razones que se me escapan la sociedad ha dado estúpidamente la espalda a la drogadicción, una desesperada dependencia que se condena a la marginalidad más delirante como un simple paisaje inevitable.

Leo que algunos empiezan a cambiar la hoja de ruta. Nunca es demasiado tarde aunque lo parezca.

  

martes, 10 de abril de 2012

No sé nada

Extraña sensación.
Oigo voces. 
Sea al leer la prensa, al oír y ver las noticias, o al cruzarme con cualquiera en la calle. 
Oigo a Ana Viera y a Daniel Melingo, con cualquier rostro, diciendo una y otra vez lo que saben.
Bajo el efecto de la música de Rodrigo Leão.
Diciendo lo que todos saben.

 

 Nada.

viernes, 30 de marzo de 2012

Business & Law

Me insatisface tanto mi profesión que la denigro siempre que tengo ocasión. Pero debo reconocer que la retorcida mirada que los abogados acabamos adquiriendo a fuerza de práctica puede ser ocasionalmente útil. 

Como nos alimentamos de disputas y conflictos desarrollamos de modo natural buen olfato para seguir el rastro de problemas y anticiparlos o, lo que es casi lo mismo, para olisquear oportunidades de negocio. Al igual que los depredadores perciben los síntomas de debilidad de la presa más indefensa, los abogados solemos percatarnos antes que nadie de los errores del legislador bienintencionado, descubriendo la forma de eludir la norma -lo que concede valor a nuestro asesoramiento- o advirtiendo la fuente de conflictos -y de pleitos, ¡de negocio!- que se esconde detrás de cualquier disposición elaborada sin suficiente cuidado.

El Parlamento está lleno de abogados pero en el lugar equivocado. Si fuera un déspota los sacaría de los escaños -sobran soflamas de picapleitos-, pero contrataría a un selecto puñado de colmillo retorcido para que, con carácter preceptivo y previo a la aprobación de las leyes, informara sobre las oportunidades de negocio que lamentablemente éstas pudieran ofrecer, ya fuera en forma de lagunas que aprovechar o de litigios que promover por dudas interpretativas. Si además de déspota fuera inteligente, prestaría mucha atención a las observaciones de los mejores colegas para corregir la bendita norma antes de promulgarla.

Urge el control de calidad de las normas. Por el bien de todos, fundamentalmente, y el mal de unos pocos, de paso.

martes, 27 de marzo de 2012

Miedo y otras percepciones

Ahora que caigo percibí mucho miedo el pasado fin de semana.

Como el que súbitamente el sábado por la tarde convirtió al sindicalismo beligerante a los amigos que habría situado en la derecha la mañana de ese mismo día. Un lógico miedo que en buena medida explica los resultados electorales en Andalucía y se alimenta de la desacostumbrada  incertidumbre del momento. Hoy el suelo se mueve bajo los pies incluso del que se creía más firme y el miedo se transmite vertiginosamente sobre una población en la que cada vez son menos los que no temen caerse.

Otras realidades también pudieron percibirse en Asturias, de donde soy por pura casualidad, que es el modo en que soy la mayoría de las cosas que me definen. Allí Cascos, su partido y sus piruetas nos recuerdan, por si cometemos la tontería de olvidarlo, que la parte más nutrida de la derecha patria (13/23, aproximadamente) está como una regadera, mientras la estampa del candidato socialista, un perfecto candidato de finales de los setenta, deja percibir lo anticuado de un partido que parece más conservador que progresista.

Miedo, y cada vez más, ante un escenario que se deteriora sin que se vea erigir uno nuevo. 
Somos seres naturalmente asustadizos. Es un error olvidarlo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Estampas de Karachi, a la altura de Colmenar Viejo

El irracional sentimiento religioso no es despreciable, pero en una sociedad abierta, libre y democrática no es más valioso, o no debiera serlo, que la convicción ideológica o el gusto artístico, por ejemplo. Unos y otros están sometidos a la burla, incluso a la inmisericorde.

Conceder al puro sentimiento religioso de los creyentes una protección penal reforzada y privilegiada conduce a consecuencias tan absurdas e irracionales como la religión misma. Tan absurdas como ésta a propósito de esto.

 

Qué penita y qué dolor (qué dolor, qué dolor).

 

viernes, 16 de marzo de 2012

Los idus de marzo. (Cualesquiera).

La intriga se sostiene con excelente ritmo y me habría gustado ver la obra de teatro en que está basada.

Habla de cómo el idealismo y la mezquindad combinan tan fácilmente, y de la fragilidad de la lealtad, que es la misma fragilidad de cualquier otra virtud.

Creo que es un error verla como una historia sobre la ambición política y las retorcidas prioridades que suele imponer. Me pareció más bien un entretenido cuento sobre humanos. Cualesquiera.


miércoles, 14 de marzo de 2012

Pesadillas

Cada profesión tendrá las suyas. Y hay una pesadilla, o varias, para cada momento de la vida. En mi juventud la pesadilla más recurrente tenía que ver con exámenes que había olvidado. La pesadilla de los abogados tiene que ver con juicios a los que por error no asistimos o plazos que dejamos pasar sin contestar o recurrir.

El otro día no tuve una pesadilla, la viví despierto. El cliente nos comunicó que el juicio se había celebrado sin nuestra asistencia. Sudor frío. Nada de agitación, sino momentánea parálisis y una palidez que podía percibir sin verla. La pesadilla duró lo que tardé en averiguar lo sucedido y en confirmar que el error no fue mío. Unas horas. 

Maldito estrés.

sábado, 10 de marzo de 2012

Mal día

He tenido que hacer de abogado.
La parte contraria me ha convencido pero mi deber profesional me impide reconocérselo.
He sido engañado por mi cliente pero he debido alegar a su favor con aparente convencimiento.
He tenido que hacer de abogado, que es a lo que llamo tener que defender algo sin buenas razones para hacerlo.
He tenido un mal día.

viernes, 17 de febrero de 2012

Mi reino por un recurso

Entre las reformas introducidas por la Ley 37/2011, de 10 de octubre, de medidas de agilización procesal, se encuentra la limitación del ámbito del recurso de apelación en el orden civil. La exposición de motivos de la Ley justifica así esta novedad: "se excluye el recurso de apelación en los juicios verbales por razón de la cuantía, cuando ésta no supere los 3.000 euros, tratando con ello de limitar el uso, a veces abusivo, y muchas veces innecesario, de instancias judiciales".

De modo que algunos piensan que se recurre demasiado. A veces es cierto, desde luego, pero tan cierto como que a veces recurrir es lo único sensato. A veces tengo a impresión de que todo, sea lo que sea, ocurre a veces y no es fácil contarlas. Y lo digo yo, que recurro lo justo, casi nada, que bien sé, como me enseñaron hace quince años, que confirmar es de obispos y revocar, de albañiles.

Se ve que los recursos tienen mala imagen entre los que andan enfrascados en la reforma de la Administración de Justicia, con independencia de su orientación política. Los recursos son vistos por unos y otros como un instrumento del que se abusa en exceso, aunque me parece que se olvida demasiado alegremente su utilidad como mecanismo que tiende a mejorar la calidad de la función jurisdiccional, vuelve más uniforme la aplicación de la Ley y contribuye a la seguridad jurídica.

La búsqueda de un diseño procesal óptimo es cuestión compleja y yo solo estoy para contar experiencias, batallitas sin trascendencia. Como la del otro día, cuando me tropecé, diría que con cierta violencia, con la reforma. Unos meses atrás había llevado un asunto en principio sencillo: la reclamación de una factura de un cliente habitual del despacho. En aquella ocasión se desestimó en primera instancia nuestra demanda, aunque prosperó el recurso de apelación que interpusimos, de modo que logramos finalmente la condena del demandado al pago de la factura que nos discutía. Hace unos días volví al mismo juzgado, ante el mismo juez, con el mismo cliente, en defensa de una factura similar y enfrentado a una oposición muy parecida del nuevo demandado. Por un momento me sentí atrapado en el tiempo aunque realmente sabía que había transcurrido. Todo era igual pero completamente distinto. Dada la cuantía de la reclamación, la reforma legal nos había privado de  la eventualidad de una apelación. Sin la esperanza de un recurso, era consciente de estar definitivamente sometido a la inapelable decisión de un juez que ya se había pronunciado desfavorablemente en un proceso esencialmente idéntico. Respirando el aire de la nueva era procesal y cargado de funestas certidumbres, entré en la sala para representar dignamente mi inútil papel en un drama ya escrito.

Y sí, por supuesto, el magistrado, de extraordinaria e infrecuente cortesía por cierto, ha desestimado nuestra demanda por las mismas razones que fueron antes desautorizadas pero ya no podrán serlo. Tal vez ha disfrutado con algo que se parece a una venganza y que guarda cierto parecido con una pequeña prevaricación, al menos si uno la observa con los rigurosos ojos de la Sala que ha condenado recientemente a Baltasar Garzón.

jueves, 26 de enero de 2012

Historias imposibles

Estamos esperando a la puerta de la sala de vistas. Unos conocidos del cliente que acuden como testigos a un juicio anterior se lamentan: es la tercera vez que acuden, después de dos suspensiones, para ratificar una factura de 700 €. ¿Y quién valora el tiempo que perdemos?, se preguntan. La Justicia es desconsiderada con el ciudadano, les digo, no lleva las cuentas de lo que hace perder. El cliente comenta que parece que las cosas pueden cambiar con el nuevo gobierno. Ha oído algo de las medidas propuestas por el nuevo ministro de Justicia. Le comento que los problemas están donde precisamente estamos, en los órganos de primera instancia, y no he encontrado en los titulares ninguna propuesta al respecto. ¿Y lo del Consejo General del Poder Judicial? A los cuatro pardillos que estamos allí esperando nos la refanfinfla, para qué decir otra cosa. Contar con una administración de justicia presentable en términos generales va camino de ser una historia imposible, eso pienso, pero buena gana de decirlo y aguar la fiesta.

Así que debo abstraerme y centrar mi atención en lo deslumbrante, como el talento que rezuma el guión de The Hour escrito por Abi Morgan. Las piezas de la historia van colocándose en su preciso lugar hasta el apoteosis del capítulo final, que me transmitió la tensión de los personajes de tal manera que me pareció compartirla. 

Luego están, claro, mis puntos débiles. Como los que tocan ciertas historias imposibles. 



Rematadamente imposibles.



Como la Justicia.

domingo, 22 de enero de 2012

Juego de niños

67,68, 69.

Este fin de semana he encontrado un hueco para jugar al escondite con Ramola Garai, o de hacer como que jugaba.


No hace falta que diga que la cacé, aunque solo fue era en The Hour.

jueves, 19 de enero de 2012

Garantías

Mi afán por querer valerme por mí mismo, mis escrúpulos a la hora de pedir ayuda me han puesto muchas veces en dificultades. Como cuando fui opositor. A punto de despeñarme acudí a un preparador a última hora. Era Fiscal Jefe de la Audiencia Provincial pero había estado destinado unos años en la Fiscalía del Tribunal Supremo. Por razones familiares había dado un infrecuente salto atrás, aunque supongo que dejar de ser uno más en la capital para volver a gobernar en provincias puede suponer no solo más tranquilidad sino incluso más reconocimiento.

Recuerdo una ocasión en que comentábamos la entonces última jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre algún aspecto relativo a las garantías procesales. No estoy seguro, pero me parece que el asunto guardaba relación con algún requisito formal de la diligencia judicial de entrada y registro. Hablando sobre ello y sobre la declaración de nulidad por obtención ilícita de pruebas que efectuaban sentencias cada vez más garantistas -nulidad cuyos efectos podían arruinar todo un proceso en aplicación de la doctrina del fruto del árbol envenenado-, el preparador nos contó que durante su trabajo en la Fiscalía del Tribunal Supremo había llegado a espetar a algunos magistrados de la Sala Segunda que si se tratara del homicidio del presidente del gobierno no tendrían cojones de aplicar la misma doctrina legal. Decía, sonriendo, que aquéllos se llevaban las manos a la cabeza pero que no, no tendrían cojones. Me sorprendió que aquel hombre tan formal soltara un taco.

La anécdota viene al caso del juicio celebrado estos días contra Baltasar Garzón por un posible delito de prevaricación al disponer la intervención de las comunicaciones mantenidas en prisión por los imputados con sus abogados. Desconozco totalmente los detalles de la instrucción y no podría conocerlos ni aunque quisiera, así que me es absolutamente imposible valorar seriamente las resoluciones adoptadas por Garzón, los indicios en que se fundaron o los exactos términos en que se ejecutaron, de modo que tampoco estoy en condiciones de poder juzgar el fundamento último de la acusación dirigida contra él. Pero oigo y leo en los medios algunas valoraciones jurídicas que no reflejan algo que es realmente fácil apreciar: la complejidad del asunto procesal de fondo y el dilema que plantea.

La confidencialidad de las comunicaciones entre abogado y cliente se integra en el núcleo del derecho fundamental a la defensa y asistencia de letrado. La confidencialidad, singularmente en prisión, es una garantía que, como abogado, me conviene que sea absoluta, aunque comprendo que solo casi lo sea y que empiece a dejar de serlo cuando me haya convertido en agente cooperador de graves delitos, y no solo de terrorismo pese a la dicción literal del art. 51 de la Ley Orgánica General Penitenciaria. Asumo, por tanto, que en casos muy excepcionales el secreto de la comunicación profesional, incluso en prisión, puede decaer ante otro derecho o interés jurídico relevante. Pero hay que ser extremadamente cuidadosos. La concurrente condición de defensor en el sospechoso exige que la puntual claudicación de la confidencialidad se limite a lo estrictamente indispensable en cuanto a sujetos y tiempo, que esté fundada con el mayor rigor en indicios de singular consistencia, se reserve a los casos de gravedad suficiente y en todo caso se acompañe de medidas eficaces para no perturbar el legítimo derecho de defensa. También asumo que en la realidad será bastante improbable hacerlo correctamente y que los límites y garantías serán casi siempre de algún modo desbordados, pero es fácil imaginar casos teóricos perfectos que nos lleven al límite del conflicto que sugiero. Por ejemplo: la policía sabe, con certeza suficiente, que un preso va a indicar a su abogado el nombre del magistrado que quiere que sea asesinado. La policía también sabe que el preso encargará a su defensor transmitir ese nombre al sicario, cuya identidad se desconoce, que habrá de ejecutar materialmente el asesinato. Es cierto que la policía podría adoptar muchas medidas para tratar de evitar el crimen y detener a sus posibles responsables, pero solicitar autorización judicial para la interceptación de esa comunicación sería la más tentadora entre las más útiles. Y acordarla sería tan tentador para un juez instructor como apoyarla lo sería para un miembro de la fiscalía. Llegados a este punto, supongo que alguien, sonriendo, apostaría por que los magistrados de la Sala Segunda del Tribunal Supremo no tendrían cojones, no ya para encausar al instructor, sino para considerar siquiera la nulidad de la escucha. 

Esto es solo un burdo esbozo de la cuestión, de sus matices y mi opinión sobre ella, pero como (mal, escrupuloso y moralista) abogado y antiguo (y aún peor) opositor confieso que tengo serias dificultades para entender que un complejo y espinoso asunto procesal como éste se pueda estar ventilando en el Tribunal Supremo en forma de causa penal por prevaricación seguida a instancia de la acusación particular. 

Y ya no sonrío.

viernes, 13 de enero de 2012

El trío de Managua (o Give Peace a Chance)

En ocasiones levanto la vista de los objetos que me entretienen y tropiezo en el telediario con la última versión de los mismos juegos. Por ejemplo: digerida la panzada que me di con Homeland, saboreada la última y brillante versión cinematográfica de “El Topo” ("Tinker, Tailor, Soldier, Spy") y superada satisfactoriamente con “El espía que surgió del frío” mi primera experiencia con el Kindle, informan que un científico del programa nuclear iraní fue despedazado por una bomba con varios remitentes. 

A veces, sin embargo, el mundo no reproduce mis juegos, me los reprocha.



¿Y qué haría yo sin mi venenosa PS3? ¿Qué sería de mí sin jugar al crimen, a resolverlo o a perpetrarlo con la excusa de la aventura?

Tan cierto es que el mundo no es un juego como que está como una puta cabra.

Daniel Ortega, Hugo Chavez y Ahmanideyad como siguiendo la estela de un cohete en la toma de posesión del primero. ¿Por qué será que los impresentables suelen ir de tres en tres?

lunes, 9 de enero de 2012

El sermón de la mañana

Malditos hábitos. Quizá solo respondan a la flojera del sueño matutino. Pero es despertarme, medio mareado, y ya necesito el primer trago de radio. Allí están las voces, incomprensiblemente animosas, casi entusiastas, soltando lo primero que ha pasado previamente por la cabeza de sus dueños. Soy incapaz de comprender cómo puede haber tanto tráfico cerebral a esas horas. Qué vitalidad. Necesito oír lo que con frecuencia me repatea. Mi particular y disciplinado cilicio. Carlos Herrera se sienta a desayunar en un estudio de ONDA CERO y me cuenta lo que piensa. Le escucho atentamente. Me repatea pero le escucho. El tipo debe de saber que escuchan lo que se le ocurre porque no para. Día tras día. Se gana la vida y le escucho, día a día, y me repatea día sí, día no pero casi. Sin duda sale ganando y yo perdiendo. Malditos hábitos. 

El cilicio de la mañana. Droga pura.